Cada 31 de diciembre, cuando se separan en grupos de doce uvas para los asistentes a la cena, recuerdo aquellos preparativos que hace años (¿tantos ya?) llevaba a cabo para quitarle las pepitas a aquellas que yo, por mucho que lo intentara, nunca era capaz de tragar antes de que el primer brindis del año hubiese empezado.
Nunca olvidaré mi satisfacción el primero en el que, además de no atragantarme, fui capaz de tomar las doce uvas a la velocidad pautada por las campanadas del reloj.
Y es que esa hazaña fue suficiente para atreverme a creer (al menos hasta que el brindis acabó) que eso era un presagio de que aquel año no me encontraría con obstáculos insalvables (ilusoria imaginación infantil…).
Esta noche tomaré las doce uvas (de bote: peladas y sin pepitas 😉 ), como siempre deseando que el año nuevo sea mejor que el precedente y que esto pueda corroborarlo junto a todos aquellos que son importantes para mí.
Por ello me despido deseando volver a coincidir contigo el próximo año.
¡¡FELIZ 2018!!
-Ana María Otero-