Cuando para mí estaba empezando,
para ti casi había acabado.
Yo comenzaba a amarte
y tú a mí me estabas olvidando.
Mientras yo confesaba que te quería,
amor eterno tú a otra le prometías.
Tu desprecio mi corazón endureció,
que más sólido que el tuyo se volvió,
el cual en mil o dos mil pedazos se rompió
cuando tras reconocer que después de mí
nunca más habías sentido amor verdadero,
igual que tú habías hecho antes conmigo,
viste que los brazos que me rodeaban
no eran los tuyos sino los de tu mejor amigo,
el cual te miró sonriendo,
asegurando que él
nunca descuidaría aquel tesoro
que había tenido la suerte de encontrar
después de que un estúpido olvidara
que si una alhaja se desea conservar
es necesario protegerla,
porque para pocas personas es posible
no desear poseer una joya valiosa,
y más si ésta sólo para diestros orfebres reservada está.
-Ana María Otero-