
En una noche de verano, cuando ya llegaba al claro, la lluvia de estrellas comenzó y qué suerte tuve yo que a mi lado la más hermosa de todas cayó.
La miré y brilló. Sonreí y entre los dos un bello hechizo se conjuró.
Si hasta entonces entidades distintas, dimensiones todavía inexistentes, ahí algo cambió y cuando su dominio se vinculó con el mío, integrando luz y oscuridad, una órbita astral con una entidad terrenal, aparecimos, desaparecimos, sólo se sintió que algo cambiaba y que una hermosa estela en el cielo se dibujaba.

-Ana María Otero-